Presentación Batalla de Tarapacá
TARAPACÁ - PÁGINA EXCELSA DE NUESTRA HISTORIA Gral. Div. EP Luis Alcántara Vallejo Tarapacá... Si nos ubicamos en las arenas del desierto del Tamarugal, la noche del 21 de Noviembre de 1879, allí encontraremos a las tropas peruanas en una marcha agotadora, iniciada el día 19, después de los reveses de Pisagua, de San Francisco; la sed por un lado, el cansancio por otro y, sobre todo, la agobiadora magnitud de la jornada, acompañaban el desplazamiento a Tarapacá de esos soldados de infantería, hijos predilectos de la Patria, que buscando un momento de sosiego, tenían una cita de honor con la inmortalidad. Al amanecer del 27 de Noviembre la mayor parte de nuestras tropas que habían alcanzado la quebrada de Tarapacá, en la tarde del día 22, se aprestaban a iniciar su marcha hacia Arica, siguiendo la dirección de Pachica, a donde ya se habían desplazado, el día 25, las Divisiones Vanguardia y Primera. El enemigo, por el contrario, tenía todas las condiciones a su favor; constituido por una División conformada por infantes, jinetes y artilleros, disponía de alimentación suficiente, armamento moderno y poderoso, tropas frescas y una situación estratégica inmejorable, en las alturas de dicha quebrada.
En la mañana de aquel día, el ataque del invasor no se hizo esperar y trató de rodear con tres columnas a las tropas peruanas que se encontraban en la quebrada; éstas, alertadas por unos arrieros del inminente ataque enemigo, reaccionaron inmediatamente. Las divisiones peruanas hábilmente comandadas, escalaron las alturas y contraatacaron a las fuerzas enemigas. Un sin número de actos heroicos se sucedieron sin interrupción, poniendo de manifiesto el temple y valor del soldado peruano. El soldado Mariano Santos del Batallón Guardias de Arequipa, con denodado coraje, arrancó de las manos del invasor la Bandera de Guerra del Regimiento 2do de Línea. El Comandante Juan Bautista Zubiaga, Jefe del Batallón Zepita, a la cabeza de sus tropas, con arrojo incontenible, capturó una batería de cañones enemigos, pagando luego con su vida esta temeraria acción. Ramón Zavala, Comandante del Batallón Lima, se perdió entre el humo de las descargas de sus soldados. Recavarren y Alfonso Ugarte, heridos, pero alentados por la fuerza espiritual de su amor a la patria, se negaron a retirarse del combate. El Coronel Francisco Bolognesi enfermo y febril, escaló el cerro Tarapacá con sus soldados, buscando siempre la gloria que habría de alcanzar poco después en Arica. El Coronel José Miguel Ríos, al frente de la Quinta División, rechazó el ataque enemigo haciéndolo retroceder hacia el sur, pero recibiendo, durante la batalla, cinco heridas que determinaron su muerte días después. El Coronel Cáceres, que comandó la Segunda División, cambió el curso de la batalla atacando no solamente a la columna de Santa Cruz, sino que, oportunamente reforzado, atacó también a la columna de Arteaga que se vio obligada a replegarse, abandonando dos piezas de artillería que quedaron en poder de las tropas peruanas. Es pues en esta batalla, donde la Infantería Peruana escribió, en letras de oro, una página de sacrificio y heroísmo, cuyo recuerdo es un símbolo de fe, una eterna fuente de enseñanza y una demostración de la capacidad de nuestros soldados; a ellos les bastó solamente nueve horas de lucha, para acabar con todas las previsiones del enemigo, que creía en un triunfo fácil, batiéndose al final en retirada y dejando tras de sí, su derrota, sus pendones, armas y provisiones. El Jefe de Estado Mayor del Ejército del Sur, Coronel Suárez, en su Parte Oficial sobre la victoria de Tarapacá, afirmó en uno de sus párrafos: "El Zepita tomó cuatro de los cañones enemigos, con sus municiones, mientras digno émulo de su decisión y de su gloria, llevaba en trofeo al regimiento 2 de Mayo, los dos que se encontraban a su frente. Estaba cumplida en los primeros momentos del combate una de las más notables proezas de la infantería y fue entonces, cuando brilló el valor y cuando se revelaron en todo su mérito, la perseverancia y talentos militares del Comandante de la II División, señor Coronel Andrés Avelino Cáceres, que tuvo el acierto tan raro en el arte militar de saber utilizar la victoria sin dejarse arrastrar ciegamente por ella. Preocupado solo por el triunfo de nuestras armas el Coronel Cáceres moderó el ardor de sus soldados, organizó el mismo entusiasmo y no pedía sino fuerzas que secundaran su plan admirablemente combinado y que redujo a la impotencia a los contrarios". Como sabemos, lamentablemente, en esta batalla, no se dispuso de elementos de caballería para realizar la persecución del enemigo que se batía en retirada por las pampas de Isluga, lo cual pudo haber cambiado el curso de la guerra. El Coronel argentino y héroe peruano Roque Saénz Peña, que participó en las batallas de Tarapacá y Arica al mando de tropas nacionales, comentó años después, refiriéndose a la primera de las nombradas lo siguiente: "El desconcierto fue tal, que a no ser por el Coronel Cáceres, todos hubiésemos perecido. A él le debemos la vida". La batalla de Tarapacá tuvo tal connotación internacional que cuando el entonces General Cáceres presentó sus cartas credenciales, al ser nombrado Embajador en Alemania, Austria y Hungría, en el año 1911, el Kaiser Guillermo II le manifestó: "Me place estrechar la mano del héroe de Tarapacá". En Cáceres, pues, están representadas las virtudes militares del soldado peruano, la intrepidez para la lucha y resolución ante la muerte cuando hay que defender el honor patrio y la majestad de la bandera. Debido a su genio militar y grandes cualidades de estratega, Cáceres fue designado Patrono del Arma de Infantería de nuestro Glorioso Ejército. Han transcurrido 145 años de la épica jornada de Tarapacá; el discurrir del tiempo se ha encargado de agigantar cada día con mayor solemnidad, la gloriosa victoria de las armas peruanas. Ni el infortunio, ni el cansancio, ni el inmenso dolor de tener que ir abandonando el sagrado territorio patrio, significaron una mella para que, a la hora suprema de la verdad, los corazones de esos inolvidable peruanos se inflamaran con la llama del patriotismo y en la agreste región de ese lejano, pero nunca olvidado Tarapacá, infligieran una aplastante derrota al ejército invasor. Pero la victoria de Tarapacá fue una luz dentro de las tinieblas que significó la guerra del 79, debido principalmente a la imprevisión y a la falta de unidad nacional. Es por eso que hoy, formulemos la promesa de no volver a cometer los errores de ayer y esforcémonos por laborar, cada uno en su respectivo campo de acción, pero todos unidos, para hacer de nuestra Patria, la Patria íntegra, la Patria grande, la Patria intangible, que siempre quiso y por la que luchó el Mariscal Cáceres. Pese al tiempo transcurrido, su figura en vez de olvidarse, se agiganta pues todos lo reconocemos como la figura cumbre del Perú Republicano y vemos en él al Héroe de todos los Héroes, al hombre que nos enseñó como se quiere a la Patria, como se la respeta y como se la defiende; al peruano que practicó las más excelsas virtudes cívico patrióticas que por estos días están olvidadas y que nosotros debemos comprometernos a practicarlas y a enseñar a las futuras generaciones, para recuperar el prestigio que siempre tuvo nuestra Patria y que todos tenemos la obligación de luchar para hacerlo realidad. ¡¡¡HONOR Y GLORIA AL MARISCAL ANDRÉS AVELINO CÁCERES DORREGARAY, Y A LOS BRAVOS VENCEDORES DE LA BATALLA DE TARAPACÁ!!! ----------------- Cajamarca, 26 de noviembre 2024.
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