Semblanzas / In Memoriam

 

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CANTARES DE MUJER

EDWIN SÁNCHEZ TIRADO SÁNCHEZ HA PARTIDO: SÁBADO, ¡MÚSICA EN EL INFINITO!

Socorro Barrantes Zurita

Sábado, madrugada del 6 de abril de este año 2024.  La muerte soslayando la tempestad de la vida y de la música.  La música, esa que llevas entre las manos, el pensamiento y el corazón.  Un piano de agudas notas y suaves silencios, murmullan en la paz del catafalco.  Ha muerto un artista, un inquebrantable tocador de aquel órgano compañero, instrumento musical, de cada día, de cada insomnio, de cada nota alegre o triste, acompañando su andar pausado, en la viña del Señor.

Y sin embargo resucitará en la fragancia de una melodía, al tercer día de luna llena. Sonreirá en la fuerza frágil del piar de las aves, en arpegios que llevan la ternura de los árboles, moviéndose al viento.  Armonía derramada de sus manos, cuando interpretaba el Cóndor pasa, buscando la luz que alumbrara su existencia, en la plenitud de la armonía.  Sus manos encendían los sonidos diversos de la vida, la serenidad, la entraña de su alma de músico eterno.  Artista formidable que no acaba con la muerte. Sus alas vuelan más allá del infinito y de su pecho azul, brotan margaritas blancas; sonidos agudos y graves, de luminosidad y sombría tarde.

Sus padres lo esperan a la entrada de aquel paraíso, del que no conocemos su color exacto, dimensión, sabor, fragancia, piel.  Pero allí estarán, con un ramo de rosas cristalinas y estrellas, alumbrando su paso de la muerte a la vida eterna.  Esa otra vida oculta a nuestros sentidos, consumidos de tristeza y que no quisieran dejarlo ir.  Nos habíamos acostumbrado a su existencia particular, única.  A su existir de cóndor raspando las cicatrices de sus huesos, para adaptarse a una vida de sombras, que inspiraron sus oídos, oír más allá de nuestros simples oídos, dieron a sus dedos genialidad para engarzar las notas del mundo, de la tierra, del mar.  Y por ello dedicó su alma entera a la pasión de la música.  La música fue su compañera, confidente, aliada, su fuerza y su debilidad más honda.  La música fue paraíso e infierno.  Y Dios brilló en aquel combate para calmar su hambre y su sed.

Y el amor fue otra de sus fortalezas, sintió la ternura de su eterna compañera de vida, de los hermanos, los amigos, la claridad hermosa de su hija, con la que anduvo derramando arpegios, canciones, musicalidad, alegrando a propios y extraños en incontables e inolvidables conciertos. ¡MAESTRO! te vas, nos dejas enseñanzas múltiples. Nos dejas incontables anécdotas, alegrías, humor fino, himnos, ocurrencias en los viajes, las clases, los grupos de tu Iglesia.  Incontable, tu generosa solidaridad. El mejor homenaje para el que cruza la otra orilla, es recordarlo cada día, poner en práctica los aprendizajes que nos deja, seguir queriéndole más allá del espacio, del tiempo, del olvido.  

Querido Edwin nos dejas un gran vacío y tristeza que no tiene forma de expresarse.  Tu vida en este mundo fue un regalo de Dios y de la vida.  Cada uno de nosotros te debemos el haber compartido de una u otra manera, tu vida fecunda, llena de sonidos maravillosos que no podremos olvidarlos y también tus silencios y pesares.  Tu particular modo de ser inolvidable, un artista, un hombre símbolo, al que no podemos, ni debemos olvidar.   Te quedas descansando el sueño eterno, en Baños del Inca, tu territorio, donde pasaste la mayor parte de tu existir.

Vivirás por siempre entre nosotros, en clave de Sol, Amén.

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