IN MEMORIAM:
“NINO” Fernando Santolalla Centuríón Por Jaime Abanto Padilla Hoy temprano llegó la noticia. Fernando Santolalla Centuríón dejó de existir físicamente en una clínica de Lima. La muerte ganó la batalla, una pelea que “Nino” la luchó con fiereza, pero a veces no sirve de mucho cuando llega el fallo inapelable de Dios. Fue mi tío, un amigo con el que en algún recodo de la vida viví un tiempo en mi adolescencia, cuando cada día domingo jugábamos partidos de fútbol encarnizados en la plaza de toros que hoy tampoco ya existe en Cajamarca. Se llamaba Fernando, pero todos lo llamaban simplemente “Nino”, alto y risueño, semejaba ser un gigante bueno, era un hombre libre. Cuando nació la persona que registró su partida olvidó ponerle a la Ñ la virgulilla (esa línea curva de la letra ñ) y se leía en su partida que se estaba registrando a un “nino” y así lo llamaron para siempre. Nino era un hombre con una particular filosofía, sus ancestros mineros y su apellido le otorgaban una magnitud distinta. Su risa era una catarata y podía pelearse con el tiempo o con el viento con sonoros adjetivos que eran parte de su esencia. Estudió en Cristo Rey, fue un marista de corazón. Algunas tardes solía reunirse con sus camaradas para cantar boleros o rancheras que en su timbre de voz podía hacer temblar hasta a las nubes. La última vez que lo escuché cantar lo hacía con la ranchera de Juan Charrasqueado en medio de libaciones que acompañaban sus tristezas algunas tardes. Nadie sabe lo de nadie. Nadie conoce las honduras inmensas de las profundidades del alma de los hombres. “Nino” había enfermado, pero no dejó de ser feliz y ya intuía que al igual que a Juan Charrasqueado la muerte lo andaba buscando. Juan se llamaba y lo apodaban charrasqueado/ era valiente y arriesgado en el amor/ a las mujeres más bonitas se llevaba/ que aquellos campos no quedaba ni una flor… Aquella vez cantó como nunca antes lo había hecho. “Nino” se ha ido, nos ha dejado. La oficina que tenía en la calle Amalia Puga 115 lo extraña desde hace días que se ausentó para curarse. Era un hombre con horarios establecidos a los que respetaba con la exactitud de un reloj suizo. Su esposa, sus hijas, sus amigos con los que se reunía para buscar un poco de felicidad en la tristeza… vamos a extrañarte tío. Quizás algún día en otro tiempo y en otra esencia volvamos a encontrarnos, mientras tanto te recordamos feliz como la tarde en que nos vimos sin saber que sería la última de esta vida. Cajamarca, 10 de agosto 2023.
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