Todos los Santos / Día de los Difuntos
Poemas
Desazón del borde. Por Luis Alberto Sánchez Vásquez [01/11/2024].
Un Velorio. Por Luis Alberto Sánchez Vásquez [01/11/2023].
Ventanillas de Otuzco (cementerio de Piedra Caxamarca). Por Luis Alberto Sánchez Vásquez [01/11/2022].
La Monia. Por Luis Alberto Sánchez Vásquez
Luis Alberto Sánchez Vásquez.
En lo entornado del párpado,
está la desazón del borde,
la lividez. La nadería de la nada.
Dedos asiendo están la bordada
colcha de la vida y su misterio.
Y con lo entornado del párpado,
yerto está el cuerpo ensabanado;
y después de enterrado, aceitosa
la fosa hasta lo marmóreo,
descompuesto. Hasta lo ceroso,
pálidamente verdoso, entornados
están unos párpados del desencajado
rostro. Y azor hay de la conciencia,
a la mortaja, al polvo que debate
el sofisma y la osamenta.
El sofisma en que se devana,
el cráneo, cuando coger se quiere,
de esta vida siquiera un pelo.
Denodadamente buscando
un argumento, para seguir viviendo;
aún más allá en lo impalpable.
Buscando siempre de la vida algo:
para vencer a la muerte
para supervivir.
Inicio
Luis Alberto Sánchez Vásquez
Ante una capilla ardiente,
enlutados familiares, deudos y amigos;
amargamente musitan condolencias,
se abrazan, y lloran.
Y entre el vaho de flores y coronas,
elevando oraciones, nos lamentamos,
recordando al difunto, que yace ahora;
de cera el rostro, y cerrados los párpados
en un plomizo ataúd.
Afuera; bajo el toldo, que a vecinos y amigos
del frío cobija, con anisado y café;
en el cielo invernal y cerrado,
la noche avanza… Y es ya tarde,
y en la puerta de negro lazo,
un foquito de velorio: está, arde que arde.
Ahora, mis pupilas se enturbian,
cuando una humilde anciana,
postrada y suplicante, ante ángeles
dolidos y un crucifico de plata,
con triste dejo en su voz; quejándose
evoca a su hijo junto al plomizo ataúd.
Y conduele, esta pobre madre
sufriendo como está, por la muerte
de su hijo; con sus tristes familiares,
ante el cadáver macilento y yerto.
Que para siempre, coronado yace
de fragantes flores y recuerdos,
en su plomizo ataúd.
¡Ah la muerte, horrendo milagro
de la vida! que aquí acaba, ante la agonía
de nuestros ojos yertos.! ¡Ah la muerte!
y sus sombrías campanillas; que del más allá,
abre el bronce de las puertas.
Y nos conduele su fatalidad, su raíz honda
en el ser; y en la rigidez del muerto.
Y vano se nos muestra, el relampagueante,
forcejeo de la fugacidad de esta vida,
que de raíz, se niega a perecer.
¡Porque así de sano, es el querer
siempre vivir!
Y con trémula mano, entonces en la noche
honda, buscamos un agua de azahar.
Y ya muchos deudos, se han marchado;
y en la salita donde arden los cirios;
tomándose se está anisado, café negro
y aguardiente… Ante unos ángeles
que pesarosos, posan sus miradas
sobre unos pequeños, y sus padres;
que cabeceando sobre petates,
empiezan a dormitar.
(Cementerio de Piedra Caxamarca)
Luis Alberto Sánchez Vásquez
Tras ensombrecidas ventanillas
cuadrangulares, con ojos yertos
de cantería encerada, nos miran innúmeras
momias de difuntos; por petrificados
rostros de laderas, y broncíneos
recuerdos de aradores brazos,
graficando andenes.
Yertos tras ventanas de brisas,
nos observan, ojos de guerreros,
con mazas y escudos derrumbando
fortalezas. Con hondas de hombre
cóndor, de soldados jaguar,
que petrificados de oscuridad, yacen
en las ventanillas. Donde dormidos ojos
de niños, manotear quieren,
caracoles de metal, cantos
rodados de juguetes de arcilla;
enmudecidos en bronce sus tiernos
laminados labios; y al lado de sus madres,
tejedoras de ramas de manos,
coloreando pinturas vegetales,
con hilos de dioses los puntos
de la manta agreste del valle,
del cielo que añil fulge empozado,
por flores moras en la espumante
y arremolinada cantería;
acorazonado su cariño traspasado,
por dorado ichu, prendedor de amor.
Tras sombras de ventanillas
de innúmeros cuencos vacíos,
petrificados por alturas en vertientes
de siglos, miradas hay de difuntos,
desentrañando tinieblas de incógnitas,
por donde cruza un río azafrán.
Con cadáveres conducidos
por allcos, fieles a la familia
guiada con lámparas de piedra,
de difuntos cuismancu.
¡Oh Cementerio de piedra!
¡Necrópolis de Otuzco!
Tallada por el tiempo
de abiertos nichos en los siglos,
por macizos brazos de arquitectos,
entre cerros de huacas,
ya sin tiempo. Dominando
el valle que verduzco se pierde,
entre faldas cultivadas con maíz de oro.
Y con habladurías de piedras,
de su río crecido y caudaloso.
Luis Alberto Sánchez Vásquez
Fallecida la persona,
y lavado su cadáver;
en cuclillas, colocado era,
evitando su contacto
con el polvo de la tierra.
Y se le vestía luego, y adornaba
con pieles y esteras;
y vistosos tejidos, teñidos
de todos colores;
protegiéndole con hojas, y amarillas
hierbas de verdes aromas.
Y al día quinto,
en que más arreciaba el llanto;
y agobiaba el luto;
cerca de un santuario,
enterrado era, en cámara de adobe,
con tejados protectores
de caña, esterillas o arcilla.
Enterrado era el cadáver,
caído en guerras, contagiado
en epidemias; o muerto
por la edad y en accidentes;
portando vasija de barro en la cabeza.
Fallecida la persona,
en los días de amargura,
con el sopor de congoja,
parientes, y cercanos;
acompañar al más allá se ofrecían;
al cadáver en cuclillas abrazando
las piernas; con manos en la cabeza;
o cruzadas en su pecho;
al cadáver que tantos tambos,
y lejanos caminos polvorientos,
recorriera.
Y en tanto se velaba,
con sombras de fogatas
en la estancia; utensilios se colocaban,
como aparejos de pesca; y hondas
para cazar, y al hambre poder matar.
Y largas agujas también; husos,
bolsas de labor, y peinetas de hueso,
si el difunto era mujer;
y muñequitos de barro,
bien vestidos y pintados,
a los niños fallecidos, se debía ofrecer.
Y bajo sus vestiduras, amuletos
de piedra y cobre, a todos se colocaban,
para de las desgracias,
se puedan proteger.
Y los animales preferidos,
como perros de orejas cortadas,
y silvestres verdes papagayos;
se tenían que llevar.
Y todos portando
el laminado cobre en la boca,
como entrada al más allá.
Así las momias eran;
de artificial cráneo;
y vestidas de alhajas;
con máscaras de oro,
arcilla, plata o madera;
portando ojos de conchas,
y pegados sus párpados;
con cabelleras artificiales,
y mantos de envolturas.
Y eso sí, mostrando
siempre, la humana silueta
de su cuerpo.