Todos los Santos / Día de los Difuntos

 

Presentación     Todos los Santos

 

Poemas

 

 

 


 

DESAZÓN DEL BORDE

Luis Alberto Sánchez Vásquez.

En lo entornado del párpado,

está la desazón del borde,

la lividez. La nadería de la nada.

Dedos asiendo están la bordada

colcha de la vida y su misterio.

Y con lo entornado del párpado,

yerto está el cuerpo ensabanado;

y después de enterrado, aceitosa

la fosa hasta lo marmóreo,

descompuesto. Hasta lo ceroso,

pálidamente verdoso, entornados

están unos párpados del desencajado

rostro. Y azor hay de la conciencia,

a la mortaja, al polvo que debate

el sofisma y la osamenta.

El sofisma en que se devana,

el cráneo, cuando coger se quiere,

de esta vida siquiera un pelo.

Denodadamente buscando

un argumento, para seguir viviendo;

aún más allá en lo impalpable.

Buscando siempre de la vida algo:

para vencer a la muerte

para supervivir.

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UN VELORIO

Luis Alberto Sánchez Vásquez

Ante una capilla ardiente,

enlutados familiares, deudos y amigos;

amargamente musitan condolencias,

se abrazan, y lloran.

Y entre el vaho de flores y coronas,

elevando oraciones, nos lamentamos,

recordando al difunto, que yace ahora;

de cera el rostro, y cerrados los párpados

en un plomizo ataúd.

Afuera; bajo el toldo, que a vecinos y amigos

del frío cobija, con anisado y café;

en el cielo invernal y cerrado,

la noche avanza… Y es ya tarde,

y en la puerta de negro lazo,

un foquito de velorio: está, arde que arde.

Ahora, mis pupilas se enturbian,

cuando una humilde anciana,

postrada y suplicante, ante ángeles

dolidos y un crucifico de plata,

con triste dejo en su voz; quejándose

evoca a su hijo junto al plomizo ataúd.

Y conduele, esta pobre madre

sufriendo como está, por la muerte

de su hijo; con sus tristes familiares,

ante el cadáver macilento y yerto.

Que para siempre, coronado yace

de fragantes flores y recuerdos,

en su plomizo ataúd.

¡Ah la muerte, horrendo milagro

de la vida! que aquí acaba, ante la agonía

de nuestros ojos yertos.! ¡Ah la muerte!

y sus sombrías campanillas; que del más allá,

abre el bronce de las puertas.

Y nos conduele su fatalidad, su raíz honda

en el ser; y en la rigidez del muerto.

Y vano se nos muestra, el relampagueante,

forcejeo de la fugacidad de esta vida,

que de raíz, se niega a perecer.

¡Porque así de sano, es el querer

siempre vivir!

Y con trémula mano, entonces en la noche

honda, buscamos un agua de azahar.

Y ya muchos deudos, se han marchado;

y en la salita donde arden los cirios;

tomándose se está anisado, café negro

y aguardiente… Ante unos ángeles

que pesarosos, posan sus miradas

sobre unos pequeños, y sus padres;

que cabeceando sobre petates,

empiezan a dormitar.

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VENTANILLAS DE OTUZCO

(Cementerio de Piedra Caxamarca)

 

Luis Alberto Sánchez Vásquez

 

Tras ensombrecidas ventanillas

cuadrangulares, con ojos yertos

de cantería encerada, nos miran innúmeras

momias de difuntos; por petrificados

rostros de laderas, y broncíneos

recuerdos de aradores brazos,

graficando andenes.

Yertos tras ventanas de brisas,

nos observan, ojos de guerreros,

con mazas y escudos derrumbando

fortalezas. Con hondas de hombre

cóndor, de soldados jaguar,

que petrificados de oscuridad, yacen

en las ventanillas. Donde dormidos ojos

de niños, manotear quieren,

caracoles de metal, cantos

rodados de juguetes de arcilla;

enmudecidos en bronce sus tiernos

laminados labios; y al lado de sus madres,

tejedoras de ramas de manos,

coloreando pinturas vegetales,

con hilos de dioses los puntos

de la manta agreste del valle,

del cielo que añil fulge empozado,

por flores moras en la espumante

y arremolinada cantería;

acorazonado su cariño traspasado,

por dorado ichu, prendedor de amor.

Tras sombras de ventanillas

de innúmeros cuencos vacíos,

petrificados por alturas en vertientes

de siglos, miradas hay de difuntos,

desentrañando tinieblas de incógnitas,

por donde cruza un río azafrán.

Con cadáveres conducidos

por allcos, fieles a la familia

guiada con lámparas de piedra,

de difuntos cuismancu.

¡Oh Cementerio de piedra!

¡Necrópolis de Otuzco!

Tallada por el tiempo

de abiertos nichos en los siglos,

por macizos brazos de arquitectos,

entre cerros de huacas,

ya sin tiempo. Dominando

el valle que verduzco se pierde,

entre faldas cultivadas con maíz de oro.

Y con habladurías de piedras,

de su río crecido y caudaloso.

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LA   MOMIA

Luis Alberto Sánchez Vásquez

Fallecida la persona,

y lavado su cadáver;

en cuclillas, colocado era,

evitando su contacto

con el polvo de la tierra.

Y se le vestía luego, y adornaba

con pieles y esteras;

y vistosos tejidos, teñidos

de todos colores;

protegiéndole con hojas, y amarillas

hierbas de verdes aromas.

Y al día quinto,

en que más arreciaba el llanto;

y agobiaba el luto;

cerca de un santuario,

enterrado era, en cámara de adobe,

con tejados protectores

de caña, esterillas o arcilla.

Enterrado era el cadáver,

caído en guerras, contagiado

en epidemias; o muerto

por la edad y en accidentes;

portando vasija de barro en la cabeza.

Fallecida la persona,

en los días de amargura,

con el sopor de congoja,

parientes, y cercanos;

acompañar al más allá se ofrecían;

al cadáver en cuclillas abrazando

las piernas; con manos en la cabeza;

o cruzadas en su pecho;

al cadáver que tantos tambos,

y lejanos caminos polvorientos,

recorriera.

Y en tanto se velaba,

con sombras de fogatas

en la estancia; utensilios se colocaban,

como aparejos de pesca; y hondas

para cazar, y al hambre poder matar.

Y largas agujas también; husos,

bolsas de labor, y peinetas de hueso,

si el difunto era mujer;

y muñequitos de barro,

bien vestidos y pintados,

a los niños fallecidos, se debía ofrecer.

Y bajo sus vestiduras, amuletos

de piedra y cobre, a todos se colocaban,

para de las desgracias,

se puedan proteger.

Y los animales preferidos,

como perros de orejas cortadas,

y silvestres verdes papagayos;

se tenían que llevar.

Y todos portando

el laminado cobre en la boca,

como entrada al más allá.

Así las momias eran;

de artificial cráneo;

y vestidas de alhajas;

con máscaras de oro,

arcilla, plata o madera;

portando ojos de conchas,

y pegados sus párpados;

con cabelleras artificiales,

y mantos de envolturas.

Y eso sí, mostrando

siempre, la humana silueta

de su cuerpo.

 

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